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  • Pascual Rosser Limiñana

Perfil humano del poeta Miguel Hernández (Madrid 1933-1935).



Si tuviera que definir al poeta Miguel Hernández con pocas palabras estas serían perseverancia, humildad, sencillez, autenticidad, compañerismo, idealista. Nació de humilde cuna, hace poco más de cien años, el 30 de octubre de 1910.


Su padre, cabrero de profesión, veía en sus hijos varones la oportunidad de consolidar su negocio sin ayuda de terceros. Los quería en el establo ó en el campo cuidando de las cabras. Miguel tuvo una escasa y corta instrucción en el colegio para pobres del Ave María (1921) y, posteriormente, becado en el de Santo Domingo de los Jesuitas (1922).


Lo compaginaba con sus salidas al campo, con su rebaño de cabras. En esas soledades se enamoró del sonido del viento y del canto de los pájaros, del rumor del agua del río Segura, del olor a azahar, del mar de espigas de los campos de trigo, de los verdes pinos de los montes, ... En el entorno de Orihuela, su pueblo natal. Estas sensaciones las encontramos en muchos de sus obras, en muchos de sus anhelos, en el recuerdo de lo auténtico, en el deseo del regreso a casa para estar con los suyos. De todo esto se acuerda en Madrid. La capital de España le impresiona. Las grandes avenidas, las concurridas calles de personas y vehículos, el ruido, los altos edificios, ...


Después de las primeras publicaciones de su poesía y de su prosa en revistas y periódicos locales y provinciales, quiso viajar a Madrid. No fue hasta el segundo viaje a la Capital de España, con su primer libro publicado en Murcia, “Perico en lunas”, y la edición en Madrid de su auto sacramental “Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras”, cuando empezó a relacionarse con poetas de peso como Antonio Aparicio, Luís Cernuda, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Pablo Neruda, ...


¿Te dormiste Niño mío?. No temas a nadie, a nada. Tengo puesta mi mirada siempre en ti, como en el río. Yo te guardo, yo te velo, siempre en vela, siempre en vilo; yo tu sosiego vigilo con mi amor, que va de vuelo. No vuelvas a la ribera; si quieres lilios tempranos, no es preciso que tus manos se distancien de mi vera. Mira ¡cuántos! a mis pies. Huye la orilla encantada, que hechizo de la mirada, aspid del ánima es” (...).


Con Aleixandre y Neruda inició lo que sería una gran amistad y con los que se empapó de sus poemas y consejos. Pero no fue fácil su estancia en Madrid por falta de ingresos y tuvo que volver a su tierra natal. Pero Orihuela se le quedaba pequeña. En una de las cartas que en aquellas fechas le mandó a Neruda le decía que “¿Puedo marchar a su lado y mantenerme al amparo suyo y de su revista ( Caballo Verde para la Poesía), ó eso aún tardará?. ..No quiero que mi estómago haga el ridículo como esta vez pasada porque soy honrado y no me gusta pedir. Por tanto, aquí me quedo cultivando la pobreza, la tierra de mi huerto y la poesía hasta que me diga en concreto lo que hay?”.


En carta a José Bergamín, Director de Cruz y Raya, a quien le pide que le publique el libro de poemas “El Silbo vulnerado”, le manifestaba que “Mi ambición única es ganar un poco para tener un cachico de campo que cultivar y un mendrugo diario que comer en compaña. He nacido para estar por el aire . ... Me colocaría en Madrid el tiempo justo para hacer una cantidad pequeña y venirme y comprar un sitio que tiene escogido mi contemplación por estas tierras únicas”.


La tierra, su terruño, el campo y sus labores, de una forma ó de otra, aparecen permanentemente en sus poesías. El olor de la tierra, el calor soportado bajo una higuera, el sabor disfrutado de frutas y hortalizas de la huerta, el color del valle y de las montañas. Porque Miguel fue barro porque nació de la tierra, fue aire porque su imaginación voló libre, fue agua cuando se convertía en pez en el río Segura ó en el Manzanares, fue fuego porque aunque su vida fue corta también lo fue intensa, fue amor porque fue apasionado con las mujeres con quienes compartió sus inquietudes.


“Te espero en este aparte campesino de almendro que inocencia recomienda: a reducir mi voz por esta senda ven que se va otra vez por donde vino.

En el campo te espero: mi destino, junto a la flor del trigo y de mi hacienda, y al campo has de venir, distante prenda, a quererme alejada del espino.

Quiere el amor romero, grama y juncia: ven que romero y grama son mi asedio y la juncia mi límite y mi amparo.

A tu boca, tan breve se pronuncia, se le va a derramar lo menos medio del beso que a tu risa le preparo”

(Poema 13 de El Silbo Vulnerado)


Con su empeño vuelve a Madrid, y lo primero que hace es ir a visitar a Pablo Neruda, a quien Miguel le había sorprendido desde el principio por su forma de ser, por la naturalidad de su poesía. Se refería a él diciendo que: “Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. ... Me contaba cuentos terrestres de animales y pájaros. Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital. Me narraba cuán emocionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba a las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquél poeta de cabras. Otras veces me hablaba del canto de los ruiseñores. El Levante español, de donde provenía, estaba cargado de naranjos en flor y de ruiseñores. Como en mi país no existe este pájaro, ese sublime cantor, el loco de Miguel quería darme la más viva expresión plástica de su poderío. Se encaramaba a un árbol de la calle y, desde las más altas ramas, silbaba ó trinaba como sus amados pájaros natales”.


Con un poco de suerte, de esa que le faltó muchas veces en su vida, le llega a Miguel el trabajo esperado que le permite escribir sin penurias. Un amigo de Bergamín, José María de Cossío, le nombra su secretario personal para colaborar con él en la elaboración del último tomo de la enciclopedia Los Toros de la editorial Espasa-Calpe, obra que dirige Ortega y Gasset y Cossío es su Director Literario.


Otro de los poetas de los que Miguel se convirtió en su admirador fue Vicente Aleixandre. Este cuenta en sus Memorias que, cuando conoció a Miguel Hernández, le causó una especial impresión: “Era un muchacho muy pobre , servía con mucha dificultad pero con enorme valentía. Era un hombre abierto, de corazón libre. Era un ser alegre, de fondo dramático. Un ser generoso al máximo. Donde hubiera un dolor, allí estaba él. Cuando yo he sufrido mientras él vivió , cuando yo he padecido, el rostro que aparecía a mi lado era el de Miguel: el que venía a cuidarme era Miguel , el que venía a acompañarme, incluso a alimentarme, era Miguel. Ha sido uno de los amigos más entrañables que he tenido en mi vida”. Las palabras del poeta andaluz demuestran la gran amistad que se tuvieron. “ Ha sido para mí como un hermano de menor edad que yo”.Aleixandre, en su libro “Los encuentros” lo recuerda. “En los comienzos del verano, cuando han brotado los árboles y el aire brilla con potestad de cielo y la naturaleza parece poderle a la ciudad, Miguel era más Miguel que nunca. ... Calzaba entonces alpargatas, no sólo por su limpia pobreza, sino porque era el calzado a que su pie se acostumbró de chiquillo y que él recuperaba en cuanto la estación madrileña se lo consentía. Llegaba en mangas de camisa, sin corbata ni cuello, casi mojado aún de su chapuzón en la corriente. Unos ojos azules como dos piedras límpidas sobre los que el agua hubiese pasado durante años, brillaban en la faz térrea, arcilla pura, donde la dentadura blanca, blanquísima, contrastaba con violencia ... . Silencioso entonces, daba bondad con compañía, y su palabra verdadera, a veces una sola, haría el clima fraterno ... . Su planta en la tierra no era la del árbol que da sombra y refresca. Porque su calidad humana podía más que todo su parentesco, tan hermoso, con la naturaleza”.


Con estas relaciones Miguel se encontraba más cómodo por Madrid, más seguro, más concentrado en sus versos. Y en este contexto, se acuerda con amargura de su novia, Josefina, que la espera en Orihuela. Le escribe y le dice: “ Me parece, Josefina mía, que estoy fuera del mundo y del tiempo y de la vida sin ti. ... lo que más hecho de menos, Tú: tu compañía, tu voz, tus recelos de niña de cinco ó seis años, tus ojos en los que me veo pequeñito y lejos, tus manos que les daban calor a las mías, tu cara, tu boca, tu toda tú”.

Precisamente, son poemas de amor los que consagran a Miguel Hernández como poeta en aquel Madrid de los primeros años treinta cuando Manuel Altolaguirre le publica el libro de poemas “El rayo que no cesa” con versos como:


“ Una querencia tengo por tu acento una apetencia por tu compañía y una dolencia de melancolía por la ausencia del aire de tu viento.

Paciencia necesita mi tormento, urgencia de tu garza galanía, tu clemencia solar mi helado día, tu asistencia la herida en que lo cuento.

¡Ay querencia, dolencia y apetencia!: Tus sustanciales besos, mi sustento, me faltan y me muero sobre mayo.

Quiero que vengas, flor desde tu ausencia, a serenar la sien del pensamiento que desahoga en mí su eterno rayo”.

(12. Soneto de “El rayo que no cesa”).



Bibliografía consultada:

“Miguel Hernández”, de José Luís Ferris

“La imagen de Miguel Hernández”, de Juan Cano Ballesta

“Antología Poética”, por Antonio A. Gómez Yedra

“El rayo que no cesa y otros poemas de Miguel Hernández”, por Juan Cano Ballesta

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